Momo, por Michael Ende
El aspecto externo de Momo ciertamente era un tanto desusado y acaso podía asustar a la gente que da mucha importancia al aseo y al orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que, ni con la mejor voluntad, se podía decir si tenía ocho años o ya tenía doce. Su pelo era ensortijado, negro como la pez, y con todo el aspecto no haberse enfrentado jamás a un peine o a unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también negros como la pez, y unos pies, casi siempre descalzos, del mismo color. Solo en invierno llevaba zapatos de vez en cuando, pero solían ser diferentes, descabalados, y además le quedaban demasiado grandes.
Momo no poseía nada más que lo que encontraba por ahí o lo que le regalaban. Su falda, hecha de muchos remiendos de diferentes colores, le llegaba hasta los tobillos. Encima llevaba un chaquetón viejo, de hombre, demasiado grande, con las mangas arremangadas alrededor de las muñecas. Momo no quería cortarlas porque recordaba, previsoramente, que todavía tenía que crecer. ¡Quién sabe si alguna vez volvería a encontrar un chaquetón tan grande, tan práctico y con tantos bolsillos!
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